El matrimonio gay, un derecho ciudadano




Un sensato texto escrito por el senador paraguayo Alfredo Jaeggli en el diario ABC de ese país. Parte, sin duda, de la ola de respuestas a la aprobación en Argentina del matrimonio, y tiene especial mérito que aparezca en prensa después de que el vicepresidente de Paraguay haya afirmado que se niega a legalizar el matrimonio gay con el absurdo "razonamiento" homófobo, todo un clásico, de que no va conforme a sus creencias religiosas. No hay que olvidar que el actual presidente paraguayo es un ex-obispo que tuvo varios hijos reconocidos antes de colgar los hábitos, cosa que al parecer no supone mayor reparo en una persona que no duda en anteponer sus prejuicios basados en la religión al bienestar de sus ciudadanos.

Lejos de ser conservadores en lo social y económico, los liberales somos más bien progresistas, puesto que trabajamos para lograr la mayor libertad individual de los ciudadanos. El Estado es un colectivo que debe aglutinar a todas las individualidades garantizando sus libertades, entendiendo que estas nunca impedirán el desarrollo de terceros.

Mientras el Estado no reconozca las relaciones de pareja entre dos hombres o dos mujeres y las familias que estas parejas forman en igualdad de condiciones, con los mismos derechos, la misma dignidad y el mismo respeto, habrá un mensaje simbólico muy fuerte, emanado de la autoridad pública, que dice que esas parejas, y por lo tanto quienes las forman, no merecen el mismo respeto como personas, por lo que se violan varios principios constitucionales.

Muchos sostienen que el matrimonio es solo una cuestión entre hombres y mujeres, pero esto no todo el tiempo fue así en la historia de la humanidad, inclusive hoy en otros países no lo es; por lo tanto existe la posibilidad cultural de un matrimonio entre personas del mismo sexo.

La cultura determina el uso de la lengua, por ejemplo: Matrimonio viene de mater, pero también de monium, que significa gravamen, por la mayor carga que llevaba la mujer, según la idea de matrimonio que tenían los antiguos: los matrimonios de hoy son diferentes a los de la época del Imperio romano.

Si nos rigiéramos por la etimología para determinar los alcances de una institución jurídica, el patrimonio y la patria potestad, que vienen de pater, deberían ser exclusivos de los varones, como de hecho lo eran antiguamente. El salario debería pagarse en sal y a eso que cobramos en dinero tampoco podríamos llamarle sueldo, que era la retribución que recibían los soldados. Familia, otra palabra importante para este debate, viene de famulus, que significa sirviente o esclavo, y era antiguamente el conjunto de las propiedades del pater familias, incluyendo esclavos y parientes.

La procreación es otra falsa excusa. Si la finalidad del matrimonio es la procreación debería prohibirse el matrimonio a las personas estériles o a las mujeres después de la menopausia. Sería necesario instaurar un examen de fertilidad previo al casamiento y que cada pareja jure que va a procrear, bajo pena de nulidad si no lo hiciere en un determinado plazo.

El matrimonio no es un contrato religioso, sino uno entre particulares ante un Estado a modo de garantizar sus derechos. Lo fue antes de que la religión lo adoptara y lo transformara en un sacramento por razones políticas y económicas. Y recién en el siglo IV, en Roma, el matrimonio homosexual fue prohibido por decreto del emperador, luego de la adopción del cristianismo como religión del Imperio.

También es una mentira que destruirá la familia. Es justamente el mismo argumento que usaba la Iglesia en tiempos pasados, “el matrimonio civil va a destruir la familia”, se demostró falso. O este otro: “la ley de divorcio va a destruir la familia”. La cuestión no puede resolverse por medio de la doctrina religiosa, pues esta es particular y no afecta a todos los ciudadanos. Debe tratarse en el ámbito legislativo, pues las leyes son una garantía para todos los ciudadanos, independientemente de sus creencias religiosas y convicciones ideológicas.

La legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo no afecta en nada a las parejas heterosexuales, e incluye y reconoce los mismos derechos a las parejas homosexuales. De modo que fortalece la familia, porque amplía la protección del Estado a miles de familias que hoy están desprotegidas.

Ya he leído durante el fin de semana que algunos sostienen que no es natural. Biológica e históricamente está comprobada posibilidad de la homosexualidad; es parte de la naturaleza de los seres humanos, entre otras especies. Muchas veces se confunde mayoría con normalidad y minoría con anormalidad.

La institución del matrimonio no es natural sino cultural. El matrimonio homosexual es tan antinatural como el matrimonio heterosexual. Los animales no se casan, ni se heredan, ni son fieles ni sacan un crédito para comprar la casa. La patria potestad, el apellido, la herencia, la obra social, los derechos migratorios, los bienes gananciales son invenciones humanas, por lo tanto culturales.

Debemos eliminar del Código Civil la cláusula discriminatoria que impide que dos varones o dos mujeres se casen. Inclusive llamarse unión civil a esos matrimonios sería una forma de insinuar que no valen lo mismo. Cuando una persona homosexual alquila un departamento, firma un contrato de alquiler, no de vínculo inmobiliario homosexual; del mismo modo, cuando se casa, no hay razón para ponerle otro nombre que matrimonio.

¿Por qué se tienen que casar? Porque el matrimonio es la institución jurídica que protege los derechos de las parejas y de las familias, y su valor va mucho más allá de los aspectos cuestionables que tenga. Es un imperativo categórico de igualdad ante la ley.

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