En su discurso de año nuevo, Susan no tuvo nada mejor que hacer que poner de manifiesto su ignorancia,prepotencia y obsesión enfermiza y afirmar que el matrimonio igualitario era una "amenaza contra la creación". Esta es la inteligente carta de respuesta escrita por el siempre interesante Leo Bassi :

En el balance anual realizado durante la tradicional audiencia de Año Nuevo en el Vaticano con el cuerpo diplomático, el Papa arremetió otra vez contra el matrimonio gay, afirmando que las leyes que borraban "las diferencias entre los sexos" eran una amenaza para la creación, "porque atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre sexos". "Para el hombre, el rumbo a seguir no puede ser fijado por la arbitrariedad y el deseo", aseguró, "el hombre no es Dios".
Estas declaraciones me ofenden en lo más profundo, para mí son blasfemas. Representan una mentalidad que es incapaz de entender el significado de la palabra LIBERTAD.
A pesar de todos los discursos sobre el "humanismo cristiano", la verdad es que el cristianismo es anatema del humanismo. No consigue aceptar que la verdadera dignidad del hombre es ser dueño de su propio destino. Cuando el cristianismo pone lo que llama la ley de Dios por encima de la ley humana, demuestra no saber amar a los demás porque desconfía en su juicio y ensucia sus intenciones.
Evidentemente, el Papa tiene derecho a ser contrario al matrimonio gay, todos tenemos derecho a opinar, pero yo tengo también derecho de juzgar su decisión y ver en su postura un dogmatismo que es la negación de los valores humanistas .
El mes pasado escribí un texto sobre la homosexualidad que no había publicado entonces. Creo que ahora es un buen momento:
Una reflexión a raíz de una comida muy agradable en un restaurante de unos amigos.
Esta semana, me encontré, por casualidad a la hora de comer, caminando en una calle donde sabía que unos amigos actores habían abierto un restaurante. Aprovechando la feliz coincidencia, decidí entrar para saludarles y probar el menú del día, cumpliendo así una obligación amistosa que tenía pendiente. El comedor rebosaba de clientes demostrando que incluso en tiempos de crisis, cuando se hace algo con inteligencia y entrega, la gente acude. No fue fácil llegar a una de las únicas mesas libres porque entre comensales y personal del restaurante, descubrí que más de la mitad de las personas en la sala eran conocidos o colegas... Como se sabe, el mundo de la farándula es pequeño.
Tras haber pagado el tributo de saludos y abrazos, conseguí finalmente sentarme y me puse a contemplar el espacio.
Era uno de estos locales populares de "todo la vida" que tristemente han ido desapareciendo entre dudosas reformas y cambio de hábitos de la sociedad en general; pero aquí, los dueños habían tenido la buena idea de salvar lo antiguo, conservando con elegancia y hasta con un punto de humor, una estética que fue la de nuestros abuelos. Como ya se sabe, el genio está en los detalles y la sala estaba llena de pequeños guiños que transformaba los objetos más banales en reflexiones existenciales surrealistas.
Qué gran idea había tenido yo al entrar en este comedor. En mi exploración visual del local, también noté que mucho de la gente presente era gay como lo era buena parte de los dependientes del local. Era una constatación así, orgánica, casi imperceptible porque nadie se esforzaba en ostentar su orientación sexual y hasta en el estilo del restaurante no había nada explícitamente homosexual. En condiciones normales no le habría hecho el más mínimo caso a este detalle pero este día, las cosas eran diferentes.
Lo que cambiaba mi percepción es que precisamente la noche anterior, había pasado muchas horas leyendo textos y declaraciones homófobas en internet, de grupos y personalidades de la derecha ultracatólica arremetiendo en contra del matrimonio gay. Desde editoriales del ABC hasta homilías de Rouco Varela, había hecho un viaje mental a un mundo arcaico, crepuscular, lleno de siniestras advertencias y palabras pomposas. Los insultos y las descalificaciones fluían como un vómito infernal, resonando en los textos como sentencias de la Santa Inquisición.
Es posible que algunos lectores pensarán que por qué pierdo mi tiempo en leer estas divagaciones tan anacrónicas, pero es que quiero entender cómo es posible que hoy en día, millones de personas siguen teniendo estas ideas llenas de una rabia que sería imprudente subestimar. El mismo Benedicto XVI pasa el día reafirmando que, a los ojos de Dios, sólo la unión entre un hombre y una mujer puede llamarse matrimonio. La yuxtaposición de estas tesis con la visión de parejas atractivas con buenas maneras, discutiendo y comiendo tranquilamente en un ambiente alegre y distendido, era de lo más impactante.
¿Cómo es posible que Dios se equivoque tanto?
Si el problema radica en la incapacidad biológica de reproducirse de la parejas homosexuales, el hecho que hoy en día, nuestro planeta busca desesperadamente la sostenibilidad ecológica frente a la superpoblación depredadora; esta limitación podría transformarse en una virtud fundamental.
Aún inmerso en mis pensamientos, una persona se presenta a la mesa: Es el cocinero y co-gerente del restaurante, un artista extravagante y viejo amigo mío que se sienta para charlar. No hay lugar a dudas, es gay al 100%. Le miro y no puedo hacer menos que pensar con cabreo en todos estos ignorantes y atrasados mentales que son incapaces de aceptarlo por lo que es, y que siguen queriendo negarle hasta el derecho a casarse libremente. Con él, la conversación es siempre muy entretenida por su manierismo y la vivacidad de su espíritu. Hablamos de todo: Del éxito del local, de política, de nuestros amigos en común y también, de nuevas ideas. Somos a la vez muy parecidos y totalmente diferentes, y esta diferencia me encanta profundamente. Lo que admiraba en su manera de estar era su profunda serenidad sexual que le permitía exteriorizar sin angustias o hipocresías su natural sensualidad, una virtud alcanzada por muy pocos en una sociedad gobernada por las convenciones y los prejuicios. Esta fuerza expresiva, esta sinceridad esencial, común en todos los homosexuales que se asumen, era algo muy importante que no solo merecía el respecto sino la gratitud de la sociedad por su contribución al bien de todos. Quizás la necesidad que han tenido de defenderse continuamente de la mezquindad de la gente les ha ayudado a forjar un carácter fuerte.
En su miopía intelectual, el planteamiento homófobo es incapaz de entender que más allá del respeto que esta manera de expresar la sexualidad se merece, hay, en la inclusión social de todas las formas de vida sexual, una fuente de energía positiva y creativa que enriquece a la humanidad. Es una verdadera tragedia que a estas alturas existan todavía personas que no quieran aceptar esta evidencia. Esta tozudez y ceguera me saca de mis casillas.
¿Cómo es posible que el señor Ratzinger, con la responsabilidad de representar la conciencia de 1000 millones de personas, persista en estigmatizar la homosexualidad hablando de Sodoma y Gomorra? Una lástima y un crimen.
Quiero entonces dedicar este editorial a todos mis amigos y amigas homosexuales y transexuales como muestra de mi agradecimiento por su actitud valiente en la lucha contra el conformismo, las tradiciones alienantes y el fascismo más antiguo. Quiero también saludar vuestra valioso aportación a todos los campos creativos, una presencia sin la que el mundo sería mucho menos vital y bello. Que la fuerza y la determinación que habéis demostrado a lo largo de la historia para conseguir que la sociedad finalmente acepte vuestra existencia y reconozca vuestros derechos pueda servir de inspiración a toda la gente que lucha en defensa de sus valores.

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